
– No estás completo. No tienes paz. La aserción me molestó. Me sentí ofendido. Pensé que don Juan no estaba calificado en modo alguno para juzgar mis actos ni mi personalidad.
– Estás lleno de problemas – dijo – ¿Por qué?
– Sólo soy un hombre, don Juan – repuse malhumorado.
Hice la afirmación de la misma forma en que mi padre solía hacerla. Cada vez que decía ser sólo un hombre, implicaba que era débil e indefenso y su frase, como la mía, rebosaba un esencial sentido de desesperanza.
Don Juan me escudriñó como el día en que nos conocimos.
– Yo también soy sólo un hombre, pero no lo digo como tú lo dices.
– ¿Cómo lo dice usted?
– Yo me he salido de todos mis problemas. Qué lástima que la vida sea tan corta y no me permita aferrarme a todas las cosas que quisiera. Pero eso no es problema, ni punto de discusión; es sólo una lástima.
Me gustó el tono de sus frases. No había en él desesperación ni compasión por sí mismo.
Palabras de Don Juan a Castaneda