
Imagínate que te hubieras pasado la vida sin lavarte jamás y que, de pronto, un día decidieras ducharte. Empiezas a frotar y te quedas horrorizado al ver la suciedad que brota de tus poros y te chorrea por el cuerpo. Aquí tiene que haber un error: se suponía que ibas a quedar limpio, pero lo único que se ve es mugre. Presa del pánico, abandonas la ducha a toda prisa, convencido de que no debiste haberlo intentado. Pero sólo consigues quedar más sucio que antes. No tienes forma de saber que lo más sensato es tener paciencia y acabar de ducharte. Al principio, y durante algún tiempo, puede dar la sensación de que estás ensuciándote cada vez más, pero si persistes, saldrás de la ducha limpio y fresco. Es un proceso, el proceso de purificación.